Nos encontramos a poco más de un mes para que Microsoft finalice el soporte activo del venerable Windows XP. La solución que se propone desde Redmond es, evidentemente, migrar a una versión superior de su sistema operativo. Sin embargo, el cambio no es tan sencillo ni tan falto de obstáculos como Microsoft pretende. Tanto Windows 7 como 8.1 tienen requerimientos hardware superiores y presentan incompatibilidades con programas y periféricos que funcionan bien en XP, por no hablar de los cambios en el paradigma de escritorio que presenta la última versión de Windows. Ante este panorama, es el momento de plantearse seriamente una migración a un entorno basado en Linux y software libre.
Respecto a la organización de la red, podemos aprovechar la migración para implantar un modelo centralizado de gestión de usuarios (OpenLDAP) y sistemas de ficheros (NFS, Samba). Este modelo nos ofrece la máxima flexibilidad (es muy fácil añadir nuevos elementos a la red, sea cual sea el sistema operativo que corran), el mejor rendimiento y los menores costes de mantenimiento.
Una vez centralizada la gestión del sistema informático, Linux nos ofrece varias posibilidades interesantes, compatibles entre sí y combinables en un mismo ecosistema, para la gestión de las estaciones de trabajo. Contamos por supuesto con el modelo clásico (fat client), en el que el sistema operativo y las aplicaciones se instalan en la propia estación. Si reducimos los requerimientos de mantenimiento a la vez que aumentamos la dependencia de la red y los servidores, tenemos los puestos de trabajo sin disco duro (diskless clients) que arrancan el sistema operativo por red pero siguen utilizando los recursos locales (CPU, RAM, etc.) para la ejecución de las aplicaciones de usuario. Si damos un paso en este sentido, nos encontramos con los clientes ligeros (thin clients) que funcionan como una simple ventana a las capacidades de los servidores centrales. Linux cuenta con soporte de serie para este último modelo a través del proyecto LTPS.
La elección del modelo adecuado dependerá de las necesidades del usuario, de las características del hardware de los puestos de trabajo y de la cuantía de la inversión que estemos dispuestos a llevar a cabo. En cualquier caso, una vez centralizada la gestión de la red (algo indispensable en cualquier sistema informático) cambiar de un modelo a otro es relativamente sencillo.
En cuanto a la migración de las aplicaciones de usuario, Linux ofrece numerosas alternativas nativas al software habitual en una red Windows. Incluso podemos plantearnos migrar algunas de estas aplicaciones a formato web, como por ejemplo el correo electrónico, la agenda de direcciones y el calendario a una completa intranet.Puede darse el caso de que no encontremos una alternativa satisfactoria en Linux a una aplicación imprescindible. Se me vienen a la cabeza ejemplos como el de un diseñador que necesite de Photoshop porque necesita funcionalidades que GIMP no ofrezca o el de la típica aplicación de gestión a medida que se encuentra en la empresa desde los tiempos de Windows 95. En ese caso Linux nos ofrece tres opciones que permiten integrar la aplicación en la nueva infraestructura basada en software libre: WINE, virtualización y acceso remoto.
WINE es lo que podríamos llamar un «emulador de Windows» (aunque técnicamente es una implementación de las funciones de Windows) que permite ejecutar en Linux software nativo de Windows. Con un desarrollo de más de 15 años a sus espaldas, sus responsables han llegado a recrear fallos específicos de Windows de los que depende el funcionamiento de muchas aplicaciones. Dado que WINE viene de serie en las distribuciones Linux actuales y que la lista de programas compatibles es muy extensa, es sin duda la primera opción a probar al integrar aplicaciones Windows en una red Linux. En el caso de que WINE no nos sirva, tenemos la posibilidad de acomodar la aplicación «rebelde» en una máquina virtual en la que aprovechemos alguna de esas licencias de Windows XP que en breve dejarán de sernos útiles. Para ello tenemos entornos de virtualización tan completos como QEMU o Virtualbox, que nos van a ofrecer una capacidad tan interesante como la de aislar XP de forma que nunca se comunique con el mundo exterior ahora que su soporte finaliza, minimizando el riesgo de que un malware lo alcance. Además, podemos generar imagenes periódicas de la máquina virtual (VM), de forma que si finalmente se infecta podamos volver atrás a un estado limpio conocido.Si necesitamos que más de un usuario tenga acceso a la VM, tenemos restricciones de licencia o la aplicación es muy cara, podemos optar por el acceso remoto a la misma. Bien a través del protocolo RDP que Windows XP ofrece de forma nativa o bien a través de un servidor VNC (de licencia libre), los usuarios podrán acceder al escritorio XP virtualizado y utilizar la aplicación desde sus escritorios Linux, dentro de las limitaciones de licencia de la propia aplicación.
En definitiva, con una buena planificación y unos objetivos claros y definidos, una migración a Linux no es tan complicada y traumática como podría parecer. Quedan pocos días para que Windows XP se despida de nosotros y es el momento de decidirse a dar el salto a Linux y el Software Libre. Algunos de nuestros clientes lo han hecho ya, ¿por qué no tú?
Según me ha informado Pablo Hinojosa por email, ahora hay un protocolo de acceso remoto llamado Spice que en su opinión es bastante mejor.
Gracias por el apunte, Pablo.